Hace tan sólo un par de días leía en un medio de comunicación que el consumo de cemento había caído hasta los niveles de hace un cuarto de siglo. Desde los años 80 no se registraban unas cifras tan bajas en este componente que, indiscutiblemente, va ligado a la construcción. Parece una noticia espantosa y, sin duda, para las familias que viven de la producción y comercialización del cemento, lo será.
No obstante, el análisis de la información lleva a una conclusión más espantosa aún y terriblemente brutal. Durante poco más de una década el furor por construir, por hacer negocio a costa del ladrillo, llevó a edificar tal bolsa de inmuebles que supera con creces lo que podría consumirse en los próximos quince años. Sobre todo si los agentes responsables continúan en su empeño por no dejar que la burbuja inmobiliaria se desinfle completamente y los precios de esas viviendas se aproximen, de verdad, a su precio real.
Las cifras de consumo de cemento muestran la cara misma de España, una España que se ha visto arrasada por millones de metros cúbicos, por toneladas y toneladas de polvo, piedra y ladrillo, con el único fin de que un grupo de indeseables, con la connivencia en muchos casos de los propios gobernantes y de las Administraciones, cuando estos últimos no han estado incluso implicados directamente en el crimen, se enriquecieran a base de golpe de corrupción al más puro estilo mafioso.
¿El resultado? No podría ser más lamentable. Urbanizaciones fantasma, paisajes asolados y miles y miles de viviendas vacías mientras las familias se ven obligadas a buscar un lugar en el que puedan dormir sus hijos, porque son desalojados, desahuciados, desterrados de sus hogares en favor de un sistema financiero aberrante que rescata bancos y “asesina” ciudadanos. Porque existen muchas formas de matar y una de ellas es condenarte a malvivir tu vida y empujarte a la inmundicia, a la miseria. Si en esa condena participan los gobiernos, los administradores, los legisladores, la propia Justicia… eso acaba teniendo un nombre y es terrorismo de Estado.
Al ciudadano de a pie le importa un bledo lo que digan Fitch, Moody’s, S&P, culpables de esta crisis. También les da igual lo que vayan cociendo los presidentes de las naciones, el BCE, el FMI, la UE, los EE.UU y hasta ONG’s si son del estilo de las de Urdangarín. Los ciudadanos quieren que se les devuelva lo que les han robado y lo que otros han prestado sin su consentimiento. Que se meta a los ladrones y a los corruptos en la cárcel, que se nos devuelva la Soberanía Popular y que dejen de tomarnos el pelo.
El PP quiere cambiar la Ley de Costas… ¿más cemento? ¡Uff! Quizás tengamos que gritar que ya no estamos solamente indignados y que el nivel de estrés humano es tan alto que la situación no admite más tonterías. Y como mensaje a los ciudadanos tal vez sea el momento de empezar a decir que tenemos que dejar atrás la a veces lamentable moda de lo políticamente correcto, la comodidad de no hacer nada hasta que nos toque a nosotros y el vergonzoso miedo a desmadrarse.
Imagen: Mi Lápiz