Mariano Rajoy ha afrontado hoy su primera sesión del discurso de investidura. La verdad es que el futuro presidente nunca se ha caracterizado, a lo largo de todos los años como jefe de la oposición y mucho menos durante su campaña electoral, por ser un dirigente dispuesto a ofrecer soluciones para hacernos salir de la situación económica a la que nos enfrentamos. Más bien todo lo contrario.
El líder del PP se ha ido dejando acunar, durante todos estos años, por el arrullo de la incapacidad de otros gobiernos, de la fea situación a la que nos han arrastrado los bancos, del estallido de la burbuja inmobiliaria, del contagio por la ruina de los países vecinos… Parecía que todo valía con tal de llegar a ser… ¡El Presidente!
Pués ya lo es, prácticamente, y aún no hemos oído cómo vamos a salir de ésta. Cuáles son sus propuestas, qué medidas va a tomar, cómo va a afrontar el momento, cómo piensa liderar el país, cómo fortalecerá la economía española y, sobre todo, cómo va a lograr que millones de parados puedan seguir comiendo cada día.
Unos han calificado la primera intervención de Rajoy como “tibia”, otros de “ambigua”, “poco convincente”, “decepcionante”, “preocupante”… Bueno, menos para Soraya Sáenz de Santamaría, radiante y sonriente, recien parida y obviando la baja por maternidad, en su feliz nube de ministrable.
La piedra filosofal del discurso del que va a ser nuevo presidente es que vamos a cumplir los objetivos de ajuste y los compromisos con la U.E. (no sea que Merkel le de una colleja) y se va a crear empleo… Pero, ¿cómo, señor? díganos ya de una vez el cómo. ¿Acaso no sabe, no contesta o tiene miedo a que los millones de malgobernados se levanten y se la monten?
Lo que sea que le ocurre a Rajoy, ya no puede esconderlo detrás del silencio, ni ir aclimatando a la población soltándole con cuenta gotas esas “medidas ingratas” de las que ha estado hablando.