Pues justamente eso es la clase media, para que vamos a engañarnos. Además resulta que es la clase a la que, nos guste o no, pertenecemos la inmensa mayoría de los habitantes del mundo occidental o, un poco más allá, de ese mal llamado “mundo civilizado”. En ella se engloban maestros, pequeños empresarios, autónomos, funcionarios, abogadas, médicos, albañiles, amas de casa, enfermeros, cirujanas, jueces, charcuteros, pescaderas, marineros, fontaneras, pintores, notarios, mi vecina, tu primo, el marido de mi hermana y hasta yo misma. Y eso es sólo una ridiculez de ejemplo, porque la lista es (era) extensísima.
La gente pobre estaba en otros lugares y eran negros y se los comían las moscas, o gitanos con los mocos colgando que vendían Kleenex en los semáforos, o moros pendencieros capaces de robarte la cadena con la medalla de tu Blanca Paloma, o chinos que se morían de hambre en su país y venían al nuestro a vivir del cuento y abrir negocios sin pagar impuestos…
Ahora la cosa parece más espantosa, porque ahora los pobres no son ya esos desgraciados indeseables. Ahora los pobres son otros desgraciados, aún más indeseables en muchísimos casos: nosotros mismos. Esa inmensa clase media a la que el totalitarismo de siempre, disfrazado de campechano centro democrático y liberal, le ha cortado el grifo, dejándoles claro quién manda ahora y quién ha mandado siempre.
La clase media esta siendo aniquilada, a través de lo que podría llegar a ser uno de los mayores genocidios que haya conocido la historia.