Por primera vez desde que se computan los datos sobre migraciones, España ha tenido un saldo migratorio negativo. Eso quiere decir que tras hacer las cuentas, durante el último año han abandonado nuestro país más personas de las que han entrado, lo que conlleva una significativa pérdida de población. De hecho baste decir que en un sólo año más de medio millón de personas ha dejado este país.
La difícil situación económica actual ha abonado el terreno para que España aterrice. Tras los años de la burbuja inmobiliaria, en los que nos comportamos como nuevos ricos y recibíamos a inmigrantes a los que además nos permitimos el lujo, en muchas ocasiones, de despreciar y ofrecer puestos de trabajos que ya no considerábamos dignos de nosotros, ahora volvemos a coger nuestro petate y a salir de nuestras fronteras con la única intención de buscarnos las habichuelas.
Volvemos a ser un país de emigrantes, como ya lo fuimos durante décadas y olvidamos en apenas unos años de bonanza. Por descontado que muchos de aquellos inmigrantes que llegaron, hasta jugándose la vida en las aguas de ese Estrecho, han vuelto a sus lugares de origen ante la falta de oportunidades para seguir sobreviviendo. Pero, además, nosotros hemos decidido chapurrear algún idioma y empezar a buscar empleo en otros lugares de la misma Europa.
Es como si volviésemos atrás, a las circunstancias que vivieron los protagonistas de una generación que aún vive y es relativamente joven, con lo que la memoria histórica de aquel momento pervive y puede ser transmitida en primera persona. Hemos hecho oídos sordos a esas historias de nuestros padres y abuelos… Ahora somos nosotros quienes llegamos a otro país extranjero, presumiblemente Francia o Alemania, como hemos hecho toda la vida. ¿Qué trato vamos a exigir que nos den, el mismo que durante estos años hemos dado a quienes vinieron?