El año 2007 fue el año que más se incrementó el gasto público en España, y a la vez el año que mejor anduvieron las finanzas fiscales españolas, no sólo porque no hubo déficit; sino que incluso se produjo un superávit.
La explicación de este fenómeno es sencilla, el equilibrio fiscal no se produce por un recorte de los gastos ni empequeñecimiento del estado; sino por una proporción entre ingresos y gastos. Es importante recordar esto en el actual escenario de recortes, donde parece que aminorar gasto es saludable en sí mismo. El año 2008, las finanzas españolas, y europeas en general comenzaron una línea de caída vertiginosa. El aspecto central que explica esto es la falta de ingresos, porque la economía española virtualmente se detuvo. Es cierto que en ese momento venía bien un ajuste en el gasto, pero hubo un error táctico al realizarlo. Se detuvieron las inversiones públicas, y por el contrario se blindó a los bancos con enormes rescates, con la esperanza de que eso mantuviera el crédito y la inversión privada. O al menos, eso se puede decir si somos bien pensantes. Lo que en efecto sucedió es que la economía se detuvo, no existieron estímulos fiscales de inversión directa y el rescate a los bancos sólo favoreció a los inversionistas quienes pudieron mantener tasas de rentabilidad exageradamente altas para tiempos de crisis. Por el contrario, el crédito no se reactivó, ni se ha reactivado, y los ingresos nacionales tampoco.
Mi abuelo, un mecánico de ferrocarriles, tenía una máxima que hoy les vendría bien a los grandes economistas y planificadores públicos “uno se puede equivocar muchas veces, pero no dos veces con el mismo tema o con la misma persona”.