Parecen dos palabras al azar, pero en realidad es una de las explicaciones más curiosas que podemos encontrar sobre la burbuja especulativa, un hecho acaecido en Holanda, en el siglo XVII.
Esta flor llegó a Europa Occidental en el siglo XVI, pero no fueron apreciados hasta que, por suerte o por desgracia, sufrieron el ataque de un virus que mutó sus colores y los hizo más atractivos. Tras esto, todos querían tener tulipanes y llegaron a ser objeto de coleccionismo.
Ya se sabe, si sube la demanda, los precios se disparan y se llegó a pagar por 40 bulbos 1000 florines. Esta situación se prolongó en el tiempo, muchas personas ganaron grandes fortunas y nadie pensaba en que algún día la gallina de los huevos de oro podría agotarse. Incluso, se vendían los bienes básicos para invertir en tulipanes.
En 1630 se agotó este mercado, ya nadie los quería y los especuladores optaron por vender antes de perderlo todo. Fue una actitud generalizada y el país entero sintió miedo, se aterrorizó, no había compradores y los que habían comprado, pagaban un precio excesivo, que no era el del mercado actual.
Tanto fue que el gobierno holandés tuvo que mediar y se decidió que los contratos tenían que ser satisfechos con un 10% de la cantidad establecida al inicio. Ya no tenían ningún valor y los inversores perdían dinero.
Como en todo, la prudencia es la mejor postura, la burbuja explotó y tan sólo obtuvieron algunos o muchos beneficios los que supieron retirarse a tiempo. El país se sumió en una gran depresión económica y se tardó mucho tiempo en salir de ese cataclismo.
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