Aunque aquí cada uno tira la piedra al tejado del vecino y en la historia más reciente de la economía española habría que pedir cuentas a varios expresidentes, ayer se ‘oficializaron’ algunas acusaciones que millones de ciudadanos están llevando a las calles desde la llegada de Mariano Rajoy a Moncloa.
Miguel Ángel Fernández Ordóñez calló mucho durante su comparecencia en el Congreso, evitó asumir su cuota de responsabilidad y, como ya viene siendo habitual entre los altos cargos de este país, echó balones fuera hasta con audacia. Sin embargo, el expresidente del Banco de España, puso el dedo en la llaga más purulenta que ha infectado la economía de nuestro país hasta gangrenarla: La reputación de España que ha creado en el exterior el mismísimo Gobierno.
Es tanta la desconfianza sembrada sobre nuestras propias cuentas, que han menoscabado el nombre del Estado hasta absurdos niveles, que nos acercan más a países centroafricanos que a la Europa de la Unión que, por muy de dos velocidades que sea, para nosotros tendría que habilitar un tercer carril, gracias a la política del Partido Popular.
Esto ocurre cuando los políticos son capaces de vender su alma al diablo por un puñado de votos; cuando el sillón del Congreso se convierte en la mayor aspiración de quienes poseen la misma vocación de servicio público que una podadora; y que utilizan las palabras para escalar cargos, sin el menor escrúpulo, sin tan siquiera inmutarse por las consecuencias que traerán sus actos, porque en realidad les importa un bledo.
Eso ha pasado en los últimos meses, tras un proceso de años. Con Aznar se instauró un régimen de ‘ladrillazo’, que basó el esplendor de nuestra economía en toneladas de cemento, recalificaciones, corrupción inmobiliaria y fotos de alto standing a costa de fraudes belicos. Zapatero llevó a la Moncloa la sonrisa bobalicona de la irresponsabilidad; el exceso de optimismo y la falta de bemoles para encarar situaciones y encarar políticas verdaderamente renovadoras y amparadas en esa tan trillada ‘Alianza de Civilizaciones’.
Hoy, Mariano Rajoy, ha conseguido que España comience a cosechar lo que tan descarada, irresponsable y maquiavélicamente sembró desde su etapa de opositor: Omisión ante los problemas, en el socarrón convencimiento de que si todo va a peor se sacará rédito político; maledicencia ante las cuestiones de Estado, en una actitud aún más irresponsable y poco honorable, donde la murmuración y el chismorreo se convierten en una forma de airear los trapos sucios de su propio país; e indecencia e inmoralidad a la hora de fomentar entre los miembros de su Ejecutivo y de su propio partido, las prácticas propias de voceros y vecindonas, a quienes no les ha importado lo más mínimo dañar la posición y la imagen pública de toda una nación.
Con la prima de riesgo en 650 puntos, el interés disparado y el mercado más volátil y especulativo que se recuerda, en poco menos de medio año, Mariano Rajoy puede pasar a la historia de España por haber hundido su propio país. Cuesta entender que eso lo haga alguien que se llena la boca con banderas, himnos y honores a la patria.
Hoy por hoy, el mejor homenaje que alguien tan patriota puede hacer a este país es dimitir y convocar elecciones anticipadas.
Imagen: Reflexiones iracundas