No es que los Premios Príncipe de Asturias me parezcan especialmente significativos, pero desde luego, en los tiempos que corren y para el país del individuo que les da nombre, parecen toda una anacronía, al margen de dejar muy claro por qué momento atravesamos.
Todos nos hemos felicitado por el reconocimiento, con el premio a la Concordia, a la Federación de Bancos de Alimentos. Evidentemente se esgrimen para esta mención, el carácter solidario de una colaboración que fluye en varias direcciones, desde los que donan los alimentos a quienes voluntariamente los reparten entre quienes lo necesitan. Ciertamente resulta muy poco políticamente correcto criticar una labor como esta.
Sin embargo y lejos de querer menospreciar el trabajo de quienes se involucran en estas labores, lo cierto es que la caridad no sería necesaria si los gobiernos, los políticos y, sobre todo, esa gente que es rey por la gracia de dios, hicieran sus deberes, repartieran la riqueza que llena sus bolsillos y dejaran de hundir la vida del resto.
Al margen de esto (y vaya mi homenaje por delante a quienes se dedican a los demás a cambio de nada y aún un homenaje mayor a quienes no tienen nada y necesitan de la caridad de otros), este año el Príncipe de Asturias se ha concedido también a Rafael Moneo, uno de esos profesionales (arquitecto) para los que Esperanza Aguirre solicitaba pena de muerte; Marta C. Nussbaur, la filósofa para quien las humanidades resultan fundamentales en la Educación (no sabemos qué le parece la supresión de Educación para la Ciudadanía); Cruz Roja y Media Luna Roja, por la Cooperación Internacional (deberían preguntarles qué les parece dejar a los inmigrantes sin salud); los investigadores Winter y Lemer, destacados por encontrar nuevos métodos de prevención de desórdenes inmunes y enfermedades degenerativas (¿sabrán que en España esos enfermos dejan de tener derecho a la Ley de Dependencia y que lo de la investigación… ¡al turismo una sonrisa!); Phillip Roth, un escritor que ha dedicado buena parte de su vida a la docencia, a la ENSEÑANZA, esa que tan poco se valora en el presupuesto económico de España…
Y, además, el gran Iker Casillas y el no menos magnífico Xavi Hernández; pertenecientes a dos de esos clubes de fútbol que manejan tal cantidad de dinero impunemente, que llega a resultar ofensivo; en un mundo en el que nuestros mejores deportistas de élite deciden tributar en países como Andorra, Bahamas, Antillas, Panamá… Lo que me queda claro es que yo ¡Soy español, español, español…! y muy rarito.
Imagen: Webalia