La semana se inicia con un bofetón de la prisma de riesgo y un vaciado de las bolsas y, por supuesto, España se lleva un buen pescozón. La causa ahora se centra en la dimisión de Mario Monti, en Italia, y la convocatoria de elecciones. La inestabilidad italiana no es más que un débil reflejo de lo que se cuece en la vieja Europa que, a punto del desmembramiento más cruento, se mantiene dentro de un caldero en ebullición.
Resulta hasta un poco jocoso que el propio Berlusconi vuelva a ser uno de los aspirantes al ‘trono’ de Italia, aunque no se dejen embaucar por el tupé teñido de il cavalieri, acusado de tantas tropelías frente al fisco de su país. También resultaría conveniente que hicieran oídos sordos a todos aquellos medios grandilocuentemente neoliberales, que presentan ficticios escenarios en los que del centro a la derecha todo es posible.
Italia, al igual que España, está en la calle y en contra de todo cuanto ha deshecho en un año un gobierno de tecnócratas al servicio de Bruselas y Berlín. Los recortes a las clases más desfavorecidas del pueblo italiano han conseguido un alarido vehemente y desesperado del popolo contra la Troika.
Es la izquierda la que avanza, como cada vez que hay problemas y los votantes recuerdan que la solidaridad y la utopía también existen. Según todos los indicios esa izquierda italiana podría conseguir los mejores resultados electorales desde la llegada de la democracia a Italia. Sin embargo, los falsos agoreros andan ya intentando manipular los resultados, como hicieron en Grecia con Syriza.
Quedan meses de lucha de los italianos por apartar de los sillones a los representantes de unas políticas culpables de la crisis y quedan meses de resistencia a las grandes manipulaciones mediáticas con fines torticeros.
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