Alemania, a pesar de la imagen internacional que proyecta, de un país triunfador, con una economía boyante y un paro reducido, tiene más problemas de los que aparenta a primera vista.
La producción industrial del país está disminuyendo, algo que también ocurre con sus exportaciones, mientras que sus salarios están congelados. La inflación es tan reducida que en septiembre de 2014 Alemania podría entra en recesión económica.
Ante este riesgo, la eurozona se teme lo peor. El euro, esa moneda única que no ha traído más que problemas a los países mediterráneos, ha contribuido enormemente al crecimiento alemán, convirtiendo al país en la locomotora económica europea y en su principal defensora.
Si Alemania entra en recesión, el euro será aún más débil de lo que ya es. Y los indicios de recesión son claros: la producción industrial bajó un 1,8% en mayo respecto al mes anterior, la construcción un 4,9%, las exportaciones un 1,1% y las importaciones un 3,4%.
El mercado de deuda, unos de los indicadores que más rápido observan si una economía tiene problemas o no, están reduciendo el interés del bono alemán a 10 años, situándolo en un escaso 1,2%, un comportamiento que no se da una economía en expansión, sino en una coyuntura económica recesiva y con la deflación acechando.
La explicación a todo esto es sencilla. El 69% de las exportaciones alemanas van a parar a Europa, y los demás países europeos no están ahora para alegrías. Solo el Reino Unido tiene un comportamiento económico aceptable y por sí solo no puede tirar de la economía alemana.
La crisis económica de la eurozona parece que por fin está llegando a Alemania, una situación que afectará de forma clara al euro. Alemania realizó en los años 90 reformas estructurales en su modelo económico y prosperó gracias a su poderoso sector exterior, algo que ahora está empeorando y que pone en riesgo la propia supervivencia de la moneda única, ya que no es lo mismo una crisis en Grecia o Portugal que en la toda poderosa Alemania.
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