Madoff, la investigación sobre Wulff, la trama Gürtel, el caso Nóos, Lehman Brothers, la operación Malaya, el Palma-Arena… Por todos lados van apareciendo como champiñones mazazos de corrupción y especulación cuyos protagonistas han sido importantes políticos, grandes banqueros, magnates, folclóricas, constructores, presidentes, alcaldes y, en el caso de España, hasta miembros de la Familia Real suenan como posibles autores de presuntos delitos en los que el dinero ha volado, bajo distintas actividades ilícitas o fraudulentas, hacia paraísos fiscales.
Parece que los episodios, que por otra parte no son nuevos en el devenir de la historia de la civilización, sí que como si de una moda se tratara se han llegado a imponer como una práctica habitual que se lleva a cabo con bastante descaro por parte de sus protagonistas y que es sobrellevado por la ciudadanía mundial con aires de dejadez, como si ya estuviésemos acostumbrados y, por lo tanto al no causar sorpresa, fuésemos consintiendo, asumiendo y hasta olvidando, a veces incluso con una sonrisilla “sabe-lo-todo” que acompaña a la frase consiguiente de “eso ya se sabía”.
Sin embargo, en ninguno de los casos parecemos reaccionar con contundencia y excepto en países muy localizados, donde los movimientos ciudadanos han tomado el control y han hecho justicia, nos sentamos a esperar a que la televisión nos presente el siguiente caso, sin que además exijamos que los culpables de episodios anteriores devuelvan hasta el último céntimo que se llevaron.
Hablaba de esos pocos lugares en los que, como en Islandia, los ciudadanos han sabido cumplir con su papel auténticamente democrático y han sabido ejercer activamente la soberanía popular, sin la cual la democracia no es más que un título caduco y ridículo para encubrir todo tipo de desmanes.
Por supuesto los poderes fácticos internacionales se han ocupado de que esos contados casos de éxito del poder popular no hayan sido adecuadamente difundidos, pero es nuestra responsabilidad tomar el control de la situación para que vuelva la transparencia y la honradez a nuestras instituciones. Una actuación en cualquier otro sentido o una actitud laxa sólo nos convertiría en cómplices de actividades delictivas y en coautores de la destrucción del Estado de Derecho y del Bienestar.
Imagen: RNW