Éste parece ser el síntoma más claro de gran parte de Europa en la actualidad. Esto muestra que el Estado de bienestar, no sólo es una estructura administrativo política; sino también un pacto social entre la ciudadanía el poder político y la gestión económica. Es decir, una condición de gobernabilidad.
Las revueltas urbanas y ciertas muestras de vandalismo, no son sino síntomas de un malestar que se vuelve cada vez más profundo en la ciudadanía y que apunta hacia una fractura fundamental. Es absolutamente necesario que la clase política sepa leer estos síntomas; pues hasta el momento parece que se quiere salvar los privilegios económicos, a costa de profundizar esta fractura social.
Por otra parte, a la ciudadanía también le corresponde un papel en esta coyuntura, es el papel de diagnosticar, de mostrar las falencias y las equivocaciones de la gestión política. Los sindicatos y también los intelectuales en cualquier caso no pueden soslayar su papel activo y presentar propuestas, sobretodo en el escenario actual donde la causa del estado de malestar es una visión homogénea de la gestión económica y el doblegamiento de la clase política ante esa visión tecno-ideológica.
Es importante que el Estado de malestar no se vuelva permanente, pues la experiencia política europea muestra que es un suelo fértil para el nacimiento de caudillismos populistas y para el quiebre de las democracias. El Estado de malestar, antecede al Estado de Excepción, y es de esperar que nadie apueste por ese camino.