La estrategia económica de la nueva Europa ha consistido durante los últimos años en ir elevando la presión fiscal sobre el bolsillo de los contribuyentes, si bien de manera bastante desigual. De este modo, las clases menos favorecidas se han visto seriamente perjudicadas, soportando unas obligaciones con el Estado que, en muchos casos, se volvían imposibles de mantener en el tiempo.
Así el pago de la mayor parte de las ‘deudas’ estatales se está colocando sobre las espaldas de las clases medias, que tras años de presión y acoso por parte de las haciendas públicas, se encuentran ahora al borde la desaparición, experimentando cada día un éxodo involuntario y migrando hacia la bolsa de ciudadanos precarizados por el ‘Estado del Bienestar’.
Numerosas organizaciones se han puesto las pilas para intentar alertar sobre el desastre que puede suponer mantener esta situación e incluso aumentarla como viene sucediendo en España. El tremendismo de estas voces discordantes no es gratuito ni obedece a una bofetada de utopía, por mucho que algunos pretendan utilizar esta palabra como si se tratara de un mazazo de irrealidad soñadora. Bien al contrario podría tratarse de la semilla revolucionaria que surgió en otras épocas de la historia. Analicemos.
La estabilidad de las clases medias ha garantizado, durante buena parte del siglo XX, la misma estabilidad para los gobiernos occidentales. Ese ‘Estado de Bienestar’ que ahora se retuerce para mordernos a casi todos, ha sido lo que ha permitido a gobernantes, especuladores y manipuladores vivir y ‘negociar’ casi con patente de corso.
La situación de esas clases medias, sumidas en el sueño bonachón y apacible de una vida lineal y sin sobresaltos, lejos de aburrir a la mayoría nos ha empujado a casi todos a cerrar los ojos y permitir hasta con connivencia, los abusos, agresiones y grandes delitos cometidos por una especie de ‘sindicato del crimen generalizado’, en el que los miembros de esas mismas clases medias éramos los hermanos bobos de la familia.
Ahora las cosas no van tan bien. De hecho van mal, muy mal. Los ‘padrinos’ no quieren asumir deudas y exigen de todas todas que las paguemos los tontos. Esa misma avaricia con la que nos han inducido a perseguir la zanahoria durante años, podría ser el detonante para despertar del embobamiento en el que la mayor parte de ciudadanos occidentales se había sumido. Desgraciadamente, las revoluciones comienzan así.