Si algo ha caracterizado el primer año de gobierno de Mariano Rajoy han sido las multitudinarias protestas, incluso del sector de votantes que le auparon como presidente. El jefe del Ejecutivo ha hecho oídos sordos a un clamor popular que ha bramado cada uno de los días de su presidencia.
Reformas constitucionales, nuevo código penal, copago sanitario, desproporcionada destrucción de empleo y tejido productivo, amnistía fiscal, rescate del sistema financiero… muchas han sido las cuestiones que han conseguido cabrear a los españoles. No obstante, la que más voces críticas ha cosechado en contra del líder del PP han sido los profundos ajustes económicos acometidos por el presidente, con especial virulencia en áreas como los Servicios Públicos y Sociales, la Educación y la Sanidad y una tajada de sueldos y pensiones.
Al presidente del Gobierno no le ha temblado el pulso a la hora de volver la espalda a la voluntad popular y si le ha temblado no hemos podido observarlo, porque si en algo más se ha distinguido este primer aniversario del PP en Moncloa ha sido por la poca presencia de Mariano Rajoy, su falta de comparecencia pública y su capacidad para volar a frívolos lugares en medio de situaciones auténticamente críticas.
A este año de alaridos, que se zanja con más de 120 manifestaciones diarias contra las medidas del Gobierno, tendremos que sumar las protestas de la calle por las violentas cargas policiales, la detención de manifestantes, las multas disuasorias y los intentos por limitar el derecho a huelga.
Nunca antes, en la historia de la democracia española, un Gobierno había cosechado tanta antipatía. Los españoles tienen la idea no poco fundada de que el país ha entrado en una etapa de retroceso que, en muchos casos, le devuelve a los pies de una dictadura que no están dispuestos a aceptar como si nada.
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