Esta sentencia le pertenece al presidente francés Nicolás Sarkozy, y aunque algunos la han aplaudido y saludado, se trata de una sentencia poco feliz. Pues reducir las relaciones europeas, e incluso el proyecto de la Unión Europea, a la existencia del euro, es una equivocación, una contradicción y una pésima señal política. Por otra parte muestra la insistencia de los líderes europeos en la mantención de la moneda. Lo cual parece razonable en el contexto actual, pues incluir una nueva variable a una crisis económica compleja como la actual parecería casi suicidio en defensa propia.
Sin embargo a pesar de que a nivel político la moneda está firme, y que además se ha consolidado socialmente, de todos modos, arrastra ciertos problemas que mas temprano que tarde serán de necesidad en la agenda económica europea. Básicamente se trata de que la homogenización monetaria no ha incluido una integración económica y fiscal de los países de la zona euro. Asunto insostenible a la larga si se busca mantener la divisa. Además la política monetaria ha permitido mantener cierta fortaleza de la divisa, que le ha permitido ser moneda de reserva en los distintos bancos del mundo, lo que entrega fortaleza estructural a la zona euro; pero también castiga a los países menos ricos de la zona reduciendo sus posibles exportaciones al mercado europeo, y encareciendo sus importaciones, con el consecuente encarecimiento del coste de la vida.
Europa no es el euro, tampoco a nivel económico. Mientras no se entienda aquello, es imposible encontrar vías de amortización de la recesión, o de impulso al crecimiento.