Esta vez ha sido en Málaga, como podía haber sido en Pamplona, Barcelona, Bilbao, Lugo o Lanzarote. Una mujer de 56 años, con una anciana de 96 a su cargo, se ha suicidado minutos antes del desahucio. Está claro que las medidas adoptadas por el Gobierno del PP para evitar los desahucios -¿o quitarse la mala prensa de los suicidas?- no está dando frutos… Bueno sí, una lista de muertos que empieza a sonarnos familiar.
Es triste, pero es así. Cada pocos días sabemos de una nueva víctima que, antes de que la dejen debajo de un puente, se tira por la ventana. Durante el crack del 29, orondos banqueros se despeñaban desde los altos rascacielos neoyorquinos. En la nueva España del PP, hombres y mujeres de bien, trabajadores a los que se les ha negado el pan y la sal, se arrojan desde un segundo sin ascensor para eludir la miseria.
Lo malo de esto es que, como decía al principio, nos vamos acostumbrando a oírlo en las noticias y comienza a parecerse a esa otra tenebrosa lista, la de las víctimas de la violencia de género. Abrimos el telediario con una nueva víctima a manos de su pareja sentimental y ya van X en lo que va de año…
Violencia de género, mobbing, ciberacoso, acoso escolar… y ahora violencia de Estado o terrorismo bancario, que para el caso… No podemos permitir que esta sea otra lista más a la que nos acostumbremos a sumar víctimas. Resultaría demasiado espantoso.
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